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Repercusiones de una lectura

  • Foto del escritor: Belen Palermo
    Belen Palermo
  • 27 oct 2023
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 15 mar

El libro pidió que lo arranque, cómo todas esas cosas que precisan salir de raíz, y…

Me dolió la valentía. Me dolió la duda. Me dolió verme enfrentada a una exigencia ínfima y que rompía toda (mi) la estructura. La hoja, la circunstancia, la imperiosa necesidad de ser otra. El vómito del alma. Me dolió hasta los huesos (juro que me dolió). Ese desafío que uno está esperando para hacer «algo» que nunca pensó hacer. La boludez de romper, de extirpar, de dejar morir. La boludez de soltar. Y ahí, temblando, mirando las letras como quien mira a su peor enemigo (y quizá a uno mismo), adosé la punta de mis dedos al papel y el tacto me dejó humana. Y ahí, temblando y una voz en el fondo de mi cabeza gritando que estaba «haciendo una locura» (¿para tanto?). Arranqué. Me arranqué.

Y la lentitud del movimiento me dejó pálida. Perpleja. Enfrentada. Llena de explosiones internas y analogías; los libros y mi relación de respeto; la vida y mi actitud políticamente correcta. Prescindible. Pequeño fetiche. Me arranqué. Me miré y la cara fue de vergüenza, no por lo que hice, sino por las mil vueltas que di. Calesita traicionera. Dicen que si un libro es bueno se mete adentro tuyo (y cómo duele), te descoloca, te deja en jaque, un poco minúsculo y te transforma en un don-nadie. En un segundo, así, en el anonimato. Ahora, me llora la consciencia, el irremediable despertar, este balde de agua fría.

Me llora esta «cuota de lo inesperado en la absurda cotidianidad».

Los libros son revelaciones. Mundos a-parte que literalmente te parten.

Son y te dejan ser. Te habilitan a saltar sobre las palabras. Después de esa experiencia, una enorme liberación.

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