Consecuencias de fumar en la cama
- Belen Palermo
- 11 may
- 3 Min. de lectura
A los creativos -o quizá neuróticos-, que tenemos la cabeza entrenada para saltar de un tema a otro y que ideamos conjeturas, desenlaces, pasados inamovibles, presentes implícitos y futuros inciertos, nos reconforta encontrar esos momentos blanquecinos en los que podemos darle rienda suelta a lo que está fuera del alcance.
Un paréntesis de distensión que es sinónimo de luchas, absurdos, nostalgias de resoluciones alternativas, añoranzas, esperanza del porvenir o una charla interna con vastas posibilidades. La famosa virtud que es ventajosa y expansiva, pero también devastadora y aniquilante. En mis propias palabras, lo que realmente te lleva alto y te permite crecer, pero también lo que te sacude y te hace caer en pleno vuelo; un estado latente de odio y amor. Encontrar el balance entre ambos, sin caer en falsos optimismos o tragedias inexistentes, es el verdadero desafío.
Ese ánimo de contemplación, un poco disparatado, es el que encontré de alguna manera reflejado en “los peligros de fumar en la cama”, no sólo porque el título remonta a tópicos que poco tienen que ver con lo que uno asume, sino por el verdadero golpazo de leer el vómito de un “posible” perturbador. Se inicia la aventura a todo motor, preguntándonos en qué tipo de lectura nos estamos embarcando.
En mis lapsos empiezo a cuestionar ¿por qué ese final? ¿por qué la vulgaridad? ¿por qué la incomodidad? ¿por qué estoy preguntando el por qué? un ascenso que parece llevarnos a un espacio ruin con un pronóstico bastante certero: dejar el libro y declararnos en bancarrota emocional. Sin embargo, una contrapuesta y el recambio de perspectiva en la cual aceptamos todo ese revuelto. Una intuición de que el camino es ese y que se debe proseguir. Siniestro.
Estar en el gris es prenderse un pucho, asumiendo los peligros del acto. En este caso, los de abrazar historias inconclusas, con sabor a calle y ciencia ficción. Un remarque o un “repertorio de relatos de terror: apariciones espectrales, brujas, sesiones de espiritismo, grutas, visiones, muertos que vuelven a la vida…” que poco (o mucho) asustan, pero que conmueven y reelaboran una nueva forma de contar “las cosas”, entre ellas los tabúes en torno a esos temas.
Hay algo de cierto en la descripción del prólogo, que no puedo poner en tela de juicio, el viaje que “tira del hilo y lo lleva un paso más allá… creando imágenes poderosísimas, capaces de dejar una huella indeleble” hacen que uno termine cada texto, deseando más, pero entendiendo que con lo dicho es más que suficiente. Así, dejamos de lado la ambición de los finales claros y resolutivos. Y creo que es ese atractivo fatídico lo que hace a esta obra única en su especie. Sensaciones en definitiva que tienen gusto a real, como en la vida. ¿Cuántas veces ese vínculo terminó como queríamos? ¿Cuántas veces nos quedamos suspendidos en un punto suspensivo que poco tenía que ver con los hechos? El efecto sorpresa no se aleja demasiado del planeamiento del día a día. Un cronograma mental interrumpido por bifurcaciones sorpresivas, que nos deja la boca pastosa y el cerebro agrio.
Abrir una historia es darle paso a lo más humano, al revuelto estomacal, a las posibles formas del ser. Es sólo en ese reconocimiento que la obra decide ser parte de nosotros y dejarnos una marca inquebrantable. Alcanzar esos niveles de interconexión, rompiendo la barrera de las palabras, el tiempo y el espacio, es lo que hacen a un escritor digno de su autoría. Y quizá, Mariana Enrique, nos invite a reconocer que prenderse un cigarrillo en la cama, después de todo, no sea tan peligroso como dejar que la mente siga andando, despierta y frenética, una vez cerrada la portada.
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