Frecuencia de una persona ordinaria
- Belen Palermo
- 27 oct 2023
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 15 mar
Una radio mal sintonizada. Música de épocas gloriosas y una mixtura de mensajes que se solapan en la podredumbre de la oficina. Ante la inquietud y la inoperancia de mi paz decido pensar en lo que pienso cuando no estoy haciendo nada. En esos lapsos blanquecinos de abstracción y divague mental.
Escribo porque así se extiende mi alma. Escribo porque en algún punto no tengo remedio. Escribo porque en esta u otra circunstancia funciona como válvula de escape. Sea coherente o irrelevante. Sea de incumbencia propia o ajena. Sean oraciones exclamativas o silencios concluyentes.
Pongo en movimiento las palabras para que no se oxiden, para que el ciclo mortal del cotidiano no me estrangule el paso; en un intento de seguir esparciendo huellas y de no caer en una metamorfosis sin retorno. Como una especie de grieta, golpe en seco o recordatorio de mi condición humana. Así, vuelvo a la vida de un solo saque y no dejo que mis declives autómatas se vuelvan prolongados. Pero ahora apagan la secuencia radial y el golpeteo de movimiento externo me arrastra de nuevo a mi burbuja.
De repente me pregunto cómo me verá el otro; cuál será mi expresión frente a esta incongruencia, si seré muy evidente o si logro calzarme alguna máscara de indiferencia. Siento la actividad neuronal, los impulsos eléctricos de un extremo a otro y mi cerebro que sobrevuela a otro lado. El entorno sigue y sigue (mientras me retrotraigo en mis otros yo).
Vuelvo a ese pensamiento que me quedó dando vuelta ese jueves a la noche cuando me picó el bicho de la nostalgia. A ese “scrolling millenian” que me llevó a desmenuzar mi propia historia. A deslizar mi pulso por túneles de tiempo y volver frenéticamente atrás. Hurgando por lo que ya no está o por lo que nunca estuvo. Jamás entenderé esa perversidad, esa actitud propia de danzar por los “hitos” de mi propia vida. Qué hice, a dónde fui, con quién me crucé, qué añoré, qué sentí, que exigí y toda una cadena de realidades pasadas.
Pero entre tanto ida y vuelta me encuentro y paro. Me veo, me veo y me veo. Toco la pantalla como remontando un lapso cronológico perdido. Ahí. Mi persona más radiante. El pasto, la sonrisa, un pantalón de medio pelo (que siempre fue centro de cargadas) y una incandescente levedad. Un dos por dos, una imagen en blanco y negro, que me transmite todo eso que quiero, pero que no puedo ordenar.
Me toco trémula como preguntándome dónde estoy, anhelando arrancarme de ahí. De lo estático, de lo remoto. Y ahora sueno, como la radio, en otra sintonía. Más hueca. Maltrecha e irrelevante.
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