top of page
  • Instagram
  • Facebook
  • LinkedIn
  • Whatsapp

La antesala

  • Foto del escritor: Belen Palermo
    Belen Palermo
  • 24 mar
  • 6 Min. de lectura

Tengo la teoría interna de que la procrastinación no es una coartada de esta generación para justificar “la vagancia que nos genera hacer algo” (aplicable a todo), sino más bien lo tomo (ya a nivel personal) como la postergación a ciertas batallas que no queremos ponerle nombre. Y para caer en una nomenclatura, primero hay que reconocer el ruido, y para reconocer hay que estar dispuesto a correrse de la negación; el ciclo interminable de excusas que siempre nos deja bien parados (aunque no mentalmente). 


Hace tres años iniciaba terapia por primera vez, a mis 20 tantos largos años, no escéptica pero sí con un discurso prearmado, firme, el cual iba a exponer en el minuto cero. Decía algo como “ya sé cuales son mis problemas, el tema es que no sé cómo arreglarlos o algunos no dependen de mí porque los generan los terceros”. El spoiler alert es que en realidad esos “otros” me desestabilizaban porque les daba el espacio para hacerlo. Y todo lo que no podía lograr era porque andaba en escalas de exigencias y expectativas poco reales. 


No te veo como una persona que no sepa qué hacer, el problema es que tenés que bajar de todo lo mental y hacer una lista, más tangible”. Y así fue, como una consigna me llevó meses, no por el hecho en sí (la lista la hice ese mismo día), sino que concretarlo fue la representación misma de Sísifo con su piedra, es decir, una condena diaria que iba desde transitar cambios personales, lanzarme a viajes jamás imaginados y empujarme a contextos que me llevaron a aplazar ciertas cuestiones oníricas. 


Ese mismo papel de “metas” sufrió una reproducción infinita, primero Ushuaia y después el viejo continente. No eran ideas “generales” que simplificaban un “quiero tener éxito”, no era tan ilusa para no percatarme que eso era muy personal y subjetivo. Pero iba más de la mano con “necesito mostrarle al mundo lo que me gusta hacer”, incluso siendo consciente que no era una actividad muy rentable. Entonces fantaseaba con una plataforma que hablara un poco de mí, que representara lo disparatado, pero las ganas de aprender. 


Quiero un porfolio, pero no uno aburrido. Quiero diseñarlo a la medida. 


Después iba una seguidilla de “aprender a hacer una página web”, “idear un libro”, “averiguar visas”; algunas fueron tachadas, otras incumplidas, pero esas dos, en el top de mis sueños, fueron las que me llevaron a la enferma persistencia. 


Listado hecho, luego vino lo más vueltero, la charla interna. 


¿Qué es lo que quiero? Una página, pero que no sea un blog, sino un popurrí. 

“Pero eso es muy general”, recriminaba la parte analítica. ¿No entendiste que si es amplio no se puede ejecutar?

“Deduzco, pero si no arranco desde lo macro ¿Cómo voy a discriminar hasta llegar al punto?

“Tenés razón”.


Las conversaciones fueron largas. 


“Sos periodista, poco sabes de webs. En algún momento soñaste programar, pero eso es un mandato externo. No podes ser todo y sólo intentar responder a necesidades monetarias. No sos vos

“Pero las cosas cambian, hay que adaptarse, si lo que uno estudió queda obsoleto, hay que agachar la cabeza y seguir camino”


Error garrafal dictaminar sentencia.

Reinventar no significa renunciar al foco real, sino hacer de ese norte, una cosa distinta. Es negociar con las nuevas realidades. Eso lo aprendí con un par de golpes conmigo misma. Porque egresarse de comunicación con Snapchat en auge, no coincide con el avance monstruoso que tuvieron las redes sociales posteriores a ese año. De repente, Instagram deja de ser un álbum del recuerdo para convertirse en un negocio. Y lo orgánico se empieza a teñir con los intereses de la venta. Por eso remarco que la transición de nuestra generación fue un poco desestabilizadora, y todo lo aprendido, de un momento a otro, dejó de tener sustento. 


La supervivencia del más apto o muerte”, repetía la voz interna. 


A partir de esa premisa investigué, al principio con un poco de miedo, las distintas formas de encauzar ese objetivo, hasta entonces, imposible. 


Programar estaba descartado. Después fue la búsqueda de plantillas, todas tan iguales y que no lograban cerrar con mi idea original. Me frustré, abandoné, me puse en pausa y me prometí seguir “craneando”. 


Dale, que si no existe, lo podes inventar”, exclamaba mi lado optimista. 


Probablemente el cero no sea tan tajante y, el diseñar, no sea tan arduo. Y ante esas dos ideas vagas, seguí metiéndome en el abismo de internet. Lo preestablecido no es una opción, pero hay plataformas que me dan la alternativa de inventar desde el blanco, con secciones, diseños, etc.; como un tarrito de cosas por llenar. La alternativa no me disgustaba, sólo que tenía que poner un poco más de empeño. 


Así averigüé al menos 6 o 10 sitios gratuitos, pagos, conocidos, los menos googleados, un sinfín de investigación, hasta que un día me decidí por uno. Parecía intuitivo, menos agresivo que el resto y visualmente acorde. Ahora tocaba moldear como un artesano con las herramientas dadas. 


En un comienzo pensé que el desarrollo iba a ser color de rosas, era una cuestión de plasmar un esquema y poner las partes del puzle. Otro error, el de presuponer. Nuevamente estaba frente a un proceso. 


Sólo yo me meto en esto, porque no le pago a alguien y me olvido”, y la otra parte recriminando “que la idea era ser la creadora y madre de algo que realmente valiese la pena”. Floja vara se gestaba en mi cabeza.


Meses y meses de planificación, de pensar qué tan estético tenía que ser. Recriminando que lo mío era escribir, no diseñar, que el límite era difuso. 


Prueba y error. Prueba y error. Fueron largos días de batallar con las adaptaciones entre página web, Tablet y móvil. Cuando algo me gustaba, después se veía horroroso. No sé sinceramente cuantas veces cambié la portada, el nombre e incluso el plano original. De hecho, hasta con la página en marcha, sigo buscando soluciones o formas de plasmar más intuitivas. Por eso hablo que dar marcha al sueño no es darlo por acabado, sino como un simple paso hacia muchas transformaciones. No sólo en la antesala, sino en la marcha y la perdurabilidad que va a tener (un factor que desconozco y está bien de esa manera). 


Planificar fue escribir, probar, darle forma, pelearme mil veces, cerrar la ventana, de a momentos abandonar la plataforma, engañarla con alguna otra, volver, enojarme, decirme que al final no era tan fácil como pensaba. Creo que el persistir, a pesar de todas esas altas y bajas, fue lo que realmente le dio valor a lo que están leyendo. 


Cuando bajé las aspiraciones de conquista al simple hecho de intentarlo, los colores se incrementaron y también la humanización. No quiero influenciar, y probablemente, combata contra un público que no puede focalizar la atención por más de un minuto, pero sí puedo enganchar a algunos pocos, dejándolos ansiosos de seguir explorando, ya me doy por satisfecha, de camino a la luna (ida y vuelta). Incluso por el simple estandarte de haber sido “cabeza dura”, ya tenía el mérito propio y personal. 


Las instrucciones son sencillamente aprender a charlar con uno mismo (y no es algo que nos hayan enseñado a raja tabla, como otras cosas más perjudiciales) 


Hola, acá una mezcolanza de preguntas que me hice a lo largo de este viaje: 


  1. ¿Qué te hace sentir goce? ¿Qué te gusta crear?

  2. ¿Cómo puedo hacer que eso llegue a alguien?

  3. ¿Cuáles son los medios materiales? ¿Con cuáles cuento? ¿Cuáles tengo que explorar?

  4. ¿Cómo puedo adaptar un viejo “yo” a todo lo nuevo (que vive en continuo movimiento)? 

  5. ¿Estoy dispuesto a hacer un poquito cada día? ¿Aunque eso implique enojarme y retomar al siguiente? ¿Tengo la capacidad de auto perdonarme por no hacerlo bien un día? ¿Puedo dejar de recriminar que no puedo? ¿Y la culpa?

  6. ¿A qué le tengo miedo? ¿Por qué pienso automáticamente que va a ser un fracaso? 

  7. ¿Y si intento? ¿Y si es una anécdota a futuro? ¿Por qué no transformo la obligación en un goce? 

  8. ¿Puedo pedir ayuda? ¿Estoy dispuesta a pedirla sin sentir que soy dependiente de otro para seguir? 

  9. ¿Por qué no bajo los estándares a algo más realizable? 


Como siempre digo, la lucha es perpetua, algunos días me levanto (como diría Cortázar) con ganas de extinguirse, como una velita a la que le ha llegado su hora. Otros, pongo un pie afuera de la cama sintiéndome un fuego abrasador. Hoy en día trato de abrazarme en ambos modos, dándole espacio a cada parte que me constituye, a la luz irradiante, pero también a la oscuridad espesa que todo lo repele. 


El motor en realidad es muy sencillo, y no me gusta caer en lugares comunes pero ¿si no es en esta vida, en cuál? Creo que la garantía de muerte debería ser el único propósito que nos impulse a tirarnos al vacío, las veces que sean necesarias. 


Las consecuencias no pueden ser tan ruines, porque, como dictaminé una vez, “ni la gloria es tan satisfactoria ni el fracaso tan nefasto”, sólo es una cuestión de perspectiva.


4 Comments


Blas Palermo
Blas Palermo
Mar 25

Gracias por compartirte y contagiar, vamos por más siempre

Like
Belen Palermo
Belen Palermo
Mar 28
Replying to

Gracias por dejarse compartir, el acompañamiento es esencial ✨

Like

Karina Funes
Karina Funes
Mar 24

todo eso que decís, mil veces me pasa por la cabeza. Querer hacer algo y no empezar por no saber por dónde, idea latente del fracaso, la lucha constante y una única certeza, la muerte.

Me gusta leerte y me va a gustar seguir haciéndolo. Te leo!

Like
Belen Palermo
Belen Palermo
Mar 28
Replying to

Gracias Kari, que bueno poder interpelar con cosas que nos pasan a todos y a veces son difíciles de poner en palabras, un poco de la humanidad que nos costituye, lo bueno es que nos seguimos cuestionando y tratando de hacer algo al respecto, nos vemos en el próximo texto

Like
bottom of page